12 de agosto de 2011

Ocho novillos, tres horas y una media.

Ayer Juan Ortega debutó en la Malagueta. Una fecha muy esperada.
Con casi media entrada, rompió un paseillo desigual, como la actitud y aptitudes de los novilleros.
Juan se enfrentó, en su primero, a un novillo de presentación regular y en el límite de fuerza. El saludo capotero dejo tres verónicas despaciosas y una media, templada y cadente, que llegó al tendido. Antes, en el quite, los delantales mecieron la escasa fuerza del tercer novillo. Reservón, recibió un primer puyazo fuerte y largo. La media voltereta al salir del caballo terminó mermando sus pocas fuerzas. A la muleta llegó quedándose corto y reponiendo. Necesitaba tiempo y sitio, y se los dio. Dejó detalles de torería en las tandas con la mano derecha, en la que la virtud principal fue el temple. Con la muleta en la izquierda aguantó miradas y tragó. Remates por bajo de gusto y estética. Tenía más peligro por ese pitón y el torero no se amedrentó. La estocada cayó a la tercera, y el público reconoció el esfuerzo. Ovación en el tercio.
El segundo novillo, de condiciones parecidas a las de su primero, cogía los capotes con celo. En el caballo empujó y en banderillas arreó. Había esperanzas. Fue ver la muleta y se vino abajo. Unos doblones desde el tercio lo dejaron en la boca de riego. Juan volvió a dar sitio y tiempo, pero no subió a los tendidos. Después de tres horas y media de festejo, hacía falta algo más para que el público prestara atención. Soso el novillo, al torero le faltó poner, eso, lo que faltaba. Falló con la espada, una estocada tendida no fue suficiente. Descabelló sin acierto. Silencio.
Respecto a los demás novilleros, destacar el oficio de Sergio Flores, que dio la única vuelta al ruedo de la tarde. Labor de oficio y de aguantar la exigente embestida de un novillo mirón. Petición y vuelta.

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