SEÑOR DE SU DESTINO
En Villarrubia de Santiago, la fama de su buena actuación la temporada pasada precede a Juan Ortega. El trato en el hospedaje es exquisito. Dueños y sirvientes admiran al que llaman “el maestro”. Ortega come con la cuadrilla. De su boca se desliza algún trincherazo verbal con el sabor de los antiguos maestros. ¡Este Ortega imprime carácter! Acuden gentes que quieren retratarse junto al torero. Un grupo de muchachas que han comido allí han esperado largo rato para conseguir un posado. Ya en la plaza, algunos chiquillos comentan el cartel: “El bueno es Juan Ortega”. Pero a Ortega se le cuela el mismísimo demonio en el sombrero de los sorteos. Poniéndolo todo, según costumbre, le arranca una oreja a su primer novillo. Segundo y tercero excelentes. “Si le hubieran tocado estos a Juan Ortega”, se lamentan los muchachos, que no cesan de comentar las faenas. “A ver el cuarto”. Y una diabólica fiera advierte de sus aviesas intenciones haciendo dos tajos del capote de Juan en una tanda de verónicas con sello. Satán redivivo sale indemne del caballo y se duele de los arpones. No tarda en echarse a los lomos, una y otra vez, al torero que, enrazado, una y otra vez vuelve ante la cara de una alimaña que ni siquiera le permite aliviarla por delante y lo empuja a gañafazos por el ruedo. Hasta en la muerte lo espera.
“Mañana no podrá torear en Ampuero”, se rumorea. “Parece que le ha partido un abductor”. Pero, ¿cuál es el empeño del diestro? Vendaje y bolsa de hielo y mañana a Ampuero. Y dicen que se le ve satisfecho y orgulloso de que le haya caído en suerte esa tal alimaña. Y entonces uno no puede sino recordar aquellos versos de Guillén: “ …y el hombre entero / afronta siempre al toro/ con peligro mortal/ y así se ufana”. Hasta el doctor Sorando, con quien el diestro mantiene una estrecha comunión, parece sorprendido, aunque en el fondo también orgulloso de esa actitud.
Ha dicho que hasta va a bajar a cenar con la cuadrilla. Y, efectivamente, cena y vuelve sonriente a su habitación escoltado por su pulcra y moderna cuadrilla. Y uno percibe que Juan Ortega manda, que se va sintiendo dueño y señor de su destino. ¡Como debe ser!