Torería en Las Ventas
Un domingo cualquiera, a cualquier hora, en la Monumental de Madrid sorprende la torería. Impactante fue la de un joven de Sevilla en cuyo nombre y apellido se condensan parte de la Historia de la Tauromaquia: Juan Ortega. Se le adivinó su grácil trazo desde que se compuso a la verónica. De gusto lo aderezó todo: en la manera de llevarlo al caballo, de sentirse ante al quite y en ese modo de andarle al novillo durante la faena, brindada a Miguel Bienvenida. Espejo en su dinastía hay. Los zurdazos, sin ser perfectos, fluyeron con naturalidad, al igual que los remates. El medio pecho ofrecido y buscando cargar la suerte. Clásicos también los derechazos y personales los molinetes ante un pereda noblote aunque algo apagado.El broche, con esa mezcla entre Morante y Pepe Luis, aupó más las emociones. Ilusionante toreo, aunque su acero necesite pasar por Albacete y el corazón no parezca el de El Espartero. Al desagradable y brutote quinto lo salpicó de pinceladas con aires del Guadalquivir y cierta fragilidad.
(Foto: Juan Pelegrín)
La elegancia de Ortega y el valor de Fernández
Juan Ortega dejó un buen ramillete de verónicas al segundo. Cargando la suerte y ganando terreno en cada lance. Muy notables. La segunda media, abelmontada, preciosa. Gustó también después con la muleta. En la tercera tanda logró acoplarse a la movilidad sin entrega del utrero y dejó buenos pasajes, sobre todo, al natural. Hubo una serie muy buena. Limpia y con despaciosidad. Cuatro al ralentí. Sin embargo, lo mejor fue la personalidad en los remates. Pellizco y elegancia. Aroma a toreo caro en cada trazo. Todo muy sevillano. Distinto. Atractivo. ¿El problema? Los aceros. Pegó un sainete y la posibilidad del trofeo se esfumó.
El quinto, serio y astifino, era altísimo. Ensillado. Una barbaridad costó que descolgara. Tres puyazos como tres soles se llevó. En la muleta, no mejoró. Al revés, tuvo su guasa. No por su embestida, sin gracia alguna. Siempre pendiente del novillero, andando y midiendo en la embestida. A contraestilo de Ortega, varios enganchones y un desarme terminaron por desangelar al tendido y al propio diestro que, tras machetearlo, enfiló el camino a por la espada.
Fuente: La Razón
(Foto: Alberto de Isidro)
El buen aroma de Juan Ortega
A la fría tarde de ayer en Las Ventas Juan Ortega le puso el calor con su toreo caro. El sevillano es diferente: en sus formas, en su concepto, en su manera de andar por la plaza, en su elegancia, en sus remates... Todo en él desprende un aroma de torería innato, un sello artista que deja huella. Y de sus muñecas brotaron los únicos momentos para el recuerdode una tarde que, por otro lado, no pasará a la historia de la tauromaquia más allá de estos fogonazos de arte, del debut en el palco de un nuevo presidente, Javier Cano Seijo y del recuerdo al finalizar el paseíllo a Enrique Alcorta, miembro del equipo médico de la plaza, fallecido recientemente.Cristalero le había ofrecido a Ortega un buen puñado de embestidas de salida y el torero las aprovechó a la verónica ganando terreno hacia los medios, con la barbilla hundida en el pecho como ejemplo de encaje, seguridad y sentimento. Mantendría esta tónica en la faena, aunque pronto se apagaría el de Pereda. Antes, Ortega se descolgó de hombros y desmayó su toreo al natural. Los adornos finales de cada serie fueron carteles de toros y su forma 'amorantada' de salir de la cara del novillo tuvo el sabor añejo de tiempos de fotografías en tono sepia. La espada se llevó el premio ganado con las telas, pero el buen aroma de Juan Ortega aún perdura en los tendidos de la Cátedra. El deslucido quinto, con el hierro de La Dehesilla, no le permitió volver a expresar su toreo.
Fuente: El Mundo
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