Actuación: Villarrubia de Santiago (Toledo), 7 de septiembre de 2013
SEÑOR DE SU DESTINO
En Villarrubia
de Santiago, la fama de su buena actuación la temporada pasada precede a Juan
Ortega. El trato en el hospedaje es exquisito. Dueños y sirvientes admiran al
que llaman “el maestro”. Ortega come con la cuadrilla. De su boca se desliza
algún trincherazo verbal con el sabor de los antiguos maestros. ¡Este Ortega
imprime carácter! Acuden gentes que quieren retratarse junto al torero. Un
grupo de muchachas que han comido allí han esperado largo rato para conseguir
un posado. Ya en la plaza, algunos chiquillos comentan el cartel: “El bueno es
Juan Ortega”. Pero a Ortega se le cuela el mismísimo demonio en el sombrero de
los sorteos. Poniéndolo todo, según costumbre, le arranca una oreja a su primer
novillo. Segundo y tercero excelentes. “Si le hubieran tocado estos a Juan
Ortega”, se lamentan los muchachos, que no cesan de comentar las faenas. “A ver
el cuarto”. Y una diabólica fiera advierte de sus aviesas intenciones haciendo
dos tajos del capote de Juan en una tanda de verónicas con sello. Satán
redivivo sale indemne del caballo y se duele de los arpones. No tarda en
echarse a los lomos, una y otra vez, al torero que, enrazado, una y otra vez
vuelve ante la cara de una alimaña que ni siquiera le permite aliviarla por
delante y lo empuja a gañafazos por el ruedo. Hasta en la muerte lo espera.
“Mañana no podrá
torear en Ampuero”, se rumorea. “Parece que le ha partido un abductor”. Pero,
¿cuál es el empeño del diestro? Vendaje y bolsa de hielo y mañana a Ampuero. Y
dicen que se le ve satisfecho y orgulloso de que le haya caído en suerte esa
tal alimaña. Y entonces uno no puede sino recordar aquellos versos de Guillén:
“ …y el hombre entero / afronta siempre al toro/ con peligro mortal/ y así se
ufana”. Hasta el doctor Sorando, con quien el diestro mantiene una estrecha
comunión, parece sorprendido, aunque en el fondo también orgulloso de esa
actitud.
Ha dicho que
hasta va a bajar a cenar con la cuadrilla. Y, efectivamente, cena y vuelve
sonriente a su habitación escoltado por su pulcra y moderna cuadrilla. Y uno
percibe que Juan Ortega manda, que se va sintiendo dueño y señor de su destino.
¡Como debe ser!
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